En Europa, el futuro se presentaba mejor ayer. O anteayer: desde 2008 la sucesión de calamidades es formidable. Alemania está en crisis, en medio de una profunda crisis económica, y con un cambio de Gobierno en ciernes. Y Francia también está en crisis: la ultraderecha y la izquierda acaban de tumbar el Gobierno del conservador y eurócrata Michel Barnier, el último conejo en la chistera de ese mago fallido que es Emmanuel Macron. Lo de Alemania es preocupante, una crisis estructural, de modelo, en un país que lo fio todo a la defensa de EE UU, la energía barata de Rusia y las exportaciones a China; el legado de Merkel se tambalea. Pero al menos la cultura política alemana es sólida, y el colchón fiscal lo suficientemente mullido. Lo de Francia pinta peor. Y el responsable principal no es Barnier, sino Júpiter Macron.