Seis veces o en seis años al azar he faltado a la Feria Internacional del Libro en Guadalajara, Jalisco (FIL), desde que se fundó hace ya casi cuatro décadas. Asistí a la primera edición con piso de tierra y carpas al vuelo; asistí como manda religiosa hilando años con el único fin de ver en persona a los escritores que admiro y como hábil cazador de autógrafos o dedicatorias en volúmenes pergeñados en distintos estands. Vine muchas veces del brazo de mis Maestros, con mayúscula, y luego se me concedió venir a presentar no pocos libros ajenos hasta llegar al milagroso momento de presentar el primer libro mío.