La democracia se embrutece. La complejidad del mundo se traduce en un ejercicio cada vez más simplista del poder. “En dos días soluciono la guerra de Ucrania”, dice Trump. El combate de ideas adquiere grandilocuencia (“combate”, nada menos) justo cuando nuestras ideas apenas alcanzan a ser eslóganes efectistas y vacíos. La democracia se embrutece cuando una polarización buscada hace que las elecciones pierdan eficacia democrática. Si cada vez estamos más fragmentados y divididos; si la base electoral de los “ganadores” se reduce en todas partes, las elecciones son menos que nunca un cheque en blanco para quien gobierna. Pero miren los interesados nombramientos de Trump, o a ese Macron envanecido imponiendo a Barnier. Los líderes actúan como si sus exiguas y contingentes mayorías aritméticas valieran para la totalidad. La voluntad popular es ese “plural de minorías” del que habla Rosanvallon; por eso es esencial reconocer y considerar a todo el mundo, y explicar lo que se hace.