Rodrigo Cuevas (Oviedo, 39 años) es un espectáculo vibrante. Destella fuegos artificiales hechos de folclore que ha tejido desde su infancia en el pueblo de sus abuelos, Rodiezmo de la Tercia, en Asturias, rodeado de árboles, pájaros y animales de campo. Cuando era pequeño pensaba que los mexicanos eran todos ricos, porque en su antiguo barrio las decenas de niños y niñas de esa nacionalidad llegaban de visita trayendo dulces extraños y picantes, regalos que parecían de otro mundo, uno contradictorio pero fascinante. Su sueño era irse lejos a cuidar cabras y ovejas y lo hizo realidad más tarde, en un pueblecito de Galicia, cuando tenía 24 años. La noche del sábado, en la inauguración del ciclo de conciertos de la FIL Guadalajara, en México, Cuevas trajo consigo su romería y acompañado de la agrupación veracruzana Los Cojolites, cantó, bailó e interpretó esas canciones con alma que lo mismo pueden hacer bailar y vibrar al cuerpo, que sentir una tristeza inesperada, llena de una esperanza luminosa.