
En Oriente Próximo hay una anécdota popular que se le atribuye al jeque Rashid bin Saeed Al Maktoum, que fue vicepresidente y segundo ministro de Emiratos Árabes Unidos y gobernador del emirato de Dubái. La cuenta a menudo el sociólogo y economista estadounidense Jeremy Rifkin, y dice así: “Mi abuelo montaba a camello, yo conduzco un Mercedes, mi hijo conduce un Land Rover, su hijo conducirá un Land Rover, pero su hijo montará un camello”. Al jeque le inquietaba la dependencia de su pueblo del petróleo, un recurso que consideraba casi una maldición. Por ello, impulsó la diversificación económica, convencido de que, tarde o temprano, el llamado oro negro perdería su relevancia. La realidad actual, sin embargo, es muy distinta. El mundo sigue atrapado en una fuerte adicción a los combustibles fósiles, que han pasado de ser una bendición energética a convertirse en una auténtica pesadilla, pues su quema masiva genera gases contaminantes responsables de la crisis climática.