Estas palabras que escribo no valen nada. Y no estoy siendo metafórica, sino que hablo en el más puro sentido económico: no valen nada, porque no cuestan nada. En algún momento estas palabras valieron algo, porque alguien me las enseñó e igual, o no, cobró por ello. Supongo que hay algunas que tienen más valor que otras porque mis padres me grabaron cuando dije, por primera vez, “ajo” pero no cuando empecé a pronunciar otras más sonoras y grandilocuentes como “pepino”, “licnobio” o “Ibex-35″. Tendrían que haberlas oído, fue un espectáculo.