
Las llaves que abren el Monumento a los Caídos de Pamplona son pequeñas y están sujetas por un llavero simple, anodino. Es paradójico que abran las enormes puertas metalizadas del segundo monumento de exaltación franquista más grande de España tras el Valle de Cuelgamuros. El edificio, cuyo nombre oficial es Navarra a sus Muertos en la Cruzada, cierra la vía peatonal más importante de la ciudad y está rodeado por una gran plaza y edificios toscos de apariencia similar. Lleva años cerrado y, en su interior, el silencio es el protagonista. Solo se escucha el aleteo de las palomas que se refugian en la zona más alta, a la que se accede por unas escaleras angostas que muestran los efectos de la falta de uso: excrementos, telarañas y algunos cristales rotos en las vidrieras. Arriba, la gran cúpula que marca el paisaje urbano de Pamplona.